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A rebecos en el Parque Natural de Redes: un rececho maravilloso pero durísimo, por Tomás Cortés

de Redes rebeco
A rebecos en el Parque Natural de Redes: Ernesto, el autor y Carmen con el rebeco al fin cobrado.

Mi amigo Ernesto resultó agraciado con un permiso de rececho en el Principado de Asturias. Como he ido unas cuantas veces a cazar a las reservas del norte, tuvo a bien preguntarme qué opción podía ser mejor.

Eso sí, mi asesoramiento no fue gratuito, ya que le puse como condición acompañarle a la cacería. Ernesto accedió encantado a mi proposición.

Consulté a los guardas que conozco y me recomendaron la Reserva Regional de Caza de Caso, dentro del Parque Natural de Redes.

Ernesto hizo caso a la recomendación y eligió un rebeco macho no medallable en la citada reserva, con fecha de 16 de junio.

Carmen, la hija de Ernesto, también se apuntó a la expedición, en el que sería su primer rececho de rebeco como morralera.

Camino de Campo de Caso de Redes

Por tanto, con inmejorables perspectivas, emprendimos el viaje a tierras astures el pasado 15 de junio.

El viaje resultó tranquilo, por lo que llegamos con buena hora a la localidad de Campo de Caso, donde habíamos quedado con el agente de Medio Ambiente, de nombre Alejandro, que nos causó muy grata impresión desde el principio.

Alejandro comprobó la documentación pertinente y, tras tomarnos un refresco para saciar la sed, quedamos para el día siguiente, a las seis de la mañana, a la salida del pueblo.

El Parque Natural de Redes tiene unas treinta mil hectáreas y se compone principalmente de dos partes o concejos: el de Caso y el de Sobrescobio.

Es la caza la que te da y te quita la dureza

Sobre la dureza de otros parques me dijeron que son todos los concejos poco más o menos iguales y que, independientemente de la dureza de la montaña, es la caza la que te da y te quita la dureza, pues una cabrada puede estar en una vertiente y, por la tarde, en otras crestas muy alejadas. He estado recechando uno de los (en teoría) «más fáciles» para penar como en los recechos más duros.

Nos quedamos en el Hotel Rural Reciegos, que tenía una pinta maravillosa. Era cómodo y nos trataron francamente bien, siendo una señora mayor la que nos atendió, llamada Marigel, toda amabilidad, y quedamos con ella en que nos dejaría preparado el desayuno para las cinco y cuarto de la mañana, ¡qué gusto de servicio!

La Cantábrica en toda su extensión de Redes

Eran las seis cuando habíamos quedado con Alejandro en el puente del Embalse de Tanes. En la localidad de Coballes.

A la hora convenida se presentó y nos dijo que le siguieramos para dejar el coche, si no nos importaba, más arriba. Ernesto accedió y seguimos a Alejandro por las típicas pistas estrechas y empinadas.

Este recorrido nos llevó a darnos cuenta de que estamos rodeados de cientos de miles de hectáreas de reserva, ¡poca caza hay en nuestro país que sea más pura, más salvaje, más virgen!

Redes, Ponga, Aller, Piloña, Mampodre, Riaño, Saja, Fuentes Carrionas… por hacerlo corto no me extiendo, y cada una de las reservas con iguales y distintas características a la vez; esto sí es la España vaciada, la España desconocida, la España de naturaleza agreste, la Cantábrica en toda su extensión.

El cazadero.

El imponente Pico los Argayos

Después de dejar un vehículo atravesamos la Sierra de la Canalina, llegando a la collá que lleva su nombre, para pararnos más adelante y empezar a gemelear en la ladera de enfrente, es decir, en la cara sur: estábamos mirando al Pico los Argayos que, desde nuestra posición, parecía imponente, aunque tenga sólo 1.530 metros, y es que la pendiente dio mucho respeto a nuestra cabeza y, por qué no decirlo, a nuestras piernas.

Gemeleamos los cuatro, pero no vimos nada; mientras discurrían los minutos, creo que pasó algo más de media hora cuando Alejandro desistió de seguir en esa zona:

—El caso es que había uno bueno esta semana pasada, que nos valía, en la ladera de enfrente…

de Redes rebeco
Padre e hija gemeleando.

¡Esta chica es una mina! de Redes

Nos montamos en el coche para continuar por la pista, llegando a la collá de la Canalina donde paramos para gemelear la vertiente que quedaba a nuestra izquierda. Pasaron unos diez minutos sin descubrir nada, para empezar a ver cabradas de rebecos en dos canales más alejados, y fue cuando Carmen se descubrió con una vista magnífica:

—He localizado otros dos a la derecha de la peña grande. Uno más debajo de la cresta, donde está el buitre, y el rebaño grande a la derecha de la roza horizontal verde, que está entre los dos peñones grandes.

Alejandro enseguida los vio, pero Ernesto y yo éramos incapaces de localizarlos. Entonces, Alejandro puso el largavistas para decidir si alguno de ellos nos valía. Pero no encontró lo que buscamos y sí muchas hembras, gran parte de ellas con chivo.

Carmen nos dio otra referencia y esta vez era una hembra muy buena, quizás hasta medallable. Se nos pusieron los dientes largos con la hembra y, al momento, localizó otra, ¡esta chica es una mina!

Uno valía, pero la entrada…

Alejandro se dio la vuelta hacia las crestas que estaban a nuestra espalda para comenzar a otear y vio un par de ellos, bastante altos. Con el largavistas seleccionó uno que podría valer y fue cuando, de nuevo, Carmen divisó otro.

Tanto Ernesto como yo no conseguíamos ubicarlos y Alejandro se acercó unos metros para calibrarlos mejor. Al momento regresó para comentarle a Ernesto que uno valía, pero tenía una entrada difícil; ahora bien, llegando al punto elegido el tiro se ponía bastante fácil, por lo que rápidamente contestó que sí.

La entrada

El repecho era muy duro y más por donde proponía Alejandro: haríamos la subida por la izquierda del animal, más de un kilometro abajo; además, la pista que lleva hasta el punto para iniciar el ascenso pierde altura, con lo que sería dura, muy dura.

Alejandro insinúa que ir los cuatro atravesando el brezal puede ser contraproducente, a causa del ruido que haremos o por poder ser vistos, por lo que, al momento, respondí que Carmen y yo nos quedaríamos en el camino viendo la entrada, de manera que Ernesto tuviera más posibilidades de conseguir el rebeco.

La duración de la entrada se nos hizo eterna y mientras Carmen y yo los seguimos con los prismáticos según continuaban la aproximación, ellos avanzaron lentamente a causa de la pendiente, del brezal y de las piedras.

Consiguieron llegar, después de un buen rato, para tomar posición. Ernesto se preparó, afianzó el tiro y… ¡a la detonación vimos correr rebecos por todas partes! Creíamos que sabíamos lo que había, pero mentiría si digo que contamos, al menos, trece o catorce rebecos que no habíamos visto.

Otro tiro y, quizás, alguno más.

A Ernesto le costaba mucho descender

Esperamos impacientes a que bajasen de las peñas y vimos como a Ernesto le costaba mucho descender, mientras Alejandro iba ganando terreno y, antes de llegar, giró hacia la izquierda para ir a recoger el coche.

Ernesto llegó sudoroso, jadeando, sofocado, con la cara empapada en sudor: en ella tenía marcado el sacrificio de la entrada. Eran, aproximadamente, las diez y media. Nos contó que la subida fue dura, pero la bajada le ha machacó una rodilla que tenía tocada. Así mismo, nos dijo que no tenía disparó cómodo, que tiró un poco forzado y, encima, ¡se dio cuenta de que ha bajado sin el bípode que había comprado!

Nueva intentona de Redes

Volvimos a la primera canal de la mañana. De nuevo, Carmen empiezó a descubrir un rebeco, dos, tres… Entonces, registrando la piedra, localicé cerca de una cueva otro, quizás un par de ellos, pero no nos vale ninguno: son machos pequeños.

Ernesto se quejó de la rodilla y Alejandro sugirió, retrocediendo, ir a la collada para subir al filo e ir cresteando dando viso a ambas canales, señalando que es casi seguro que localizaramos algún ejemplar y que no es un terreno duro de andar.

Procedimos según el plan: comenzamos a subir un poco hasta la cuerda, para continuar con un paseo ligero por la cresta.

Ernesto lo pasó mal durante gran parte del rececho por una antigua lesión.

Ernesto cojeaba ostensiblemente

Me quedé algo atrás para fotografiar cuando vi que Ernesto cojeaba ostensiblemente. Le pregunté y me contestó que iba bien, que tan solo tenía molestias. El calor apretaba y se hacia duro después de la entrada tan buena que hicieron al rebeco que falló. Le vi un poco desmoralizado… Seguimos caminando y propuse ir a por el coche y recogerlos en un punto dado para evitar la vuelta.

Eran cerca de las dos de la tarde cuando los vi bajar por una pista muy inclinada, lentamente… Ernesto se quejaba con gestos, le costaba un montón, no había duda de que estaba tocado… El rececho estaba el aire y Carmen muy preocupa.

Un respiro insuperable

Alejandro nos comentó que bajar al pueblo para comer y volver subir nos haría perder mucho tiempo, proponiéndonos ir a una fuente a picar algo de lo que llevamos en las mochilas.

Gracias a que Ernesto iba bien surtido, Alejandro degustó el jamón, el lomo y un poco de chorizo extremeño y él saca algo de queso y chorizo de la zona. Nos sentamos en una mesa de madera con unos bancos, con una vista impresionante dentro del Parque Natural de Redes. El sitio es maravilloso, pero lo que le da un valor insuperable al momento es que Alejandro tiene en la fuente de al lado sumergidas unas cervezas, ¡qué están bien frías!

Alejandro marcó la hora de levantar el somero campamento y, al estar Ernesto tocado, nos sugirió carrilear buscando en los riscos, a la espera de que «alguno nos valga».

Ciertamente que habíamos visto muchos, pero que muchos, rebecos, si bien eran hembras, machos trofeos o machos pequeños, y no el macho no trofeo que buscamos. A decir verdad, sí que vimos machos no trofeos, pero eran muy pequeños, y lo que tratamos de buscar es uno que se acercara lo máximo a trofeo.

Una nueva oportunidad de Redes

No habíamos recorrido ni quinientos metros cuando los cuatro ojos de halcón que llevamos (Alejandro y Carmen) nos cantaron un avistamiento. Alejandro lo valora y decide:

—Es bueno, entra dentro de lo que buscamos. La subida es dura y tenemos que entrarle por nuestra izquierda desde largo; pero si consigues llegar despacio al punto elegido, el tiro lo harías a ciento y pocos metros, y compensaría, sin duda, la subida.

Pensé que Ernesto se lo pensaría, pero no tardó nada en decidirse y de forma tajante dijo que lo daba todo, que iba para arriba, que no se lo pensaba. Cierto es que la subida tenía bastante, pero que bastante, miga, pero decide ir para arriba.

Carmen y yo nos quedamos en el carril con el coche y el largavistas para seguir el rececho. Vimos la aproximación lenta, pausada, silenciosa, sin aspavientos, los vimos con los prismáticos y el largavistas, mientras comentábamos cómo lo iban haciendo.

El rebeco estaba perfectamente tumbado soleándose sobre un peñón

El rebeco estaba perfectamente tumbado soleándose sobre un peñón redondo en medio del brezal y, cuando llegaron ellos, algo debió de percibir el macho porque se movió del sitio y se escoró a la izquierda. Mientras tanto, coronaron Ernesto y Alejandro y, cuando lo hicieron, miraron hacia el otro lado, con lo que no lo vieron… Ernesto se echó el rifle a la cara, apuntando; Carmen se desespera:

—Pero, ¿dónde mira?

—Tranquila, Carmen, que seguro que está mirando con el visor, a ver si lo encuentra.

—Pero, si no cambia de posición… Como se mueva el rebeco les va a ver.

El rebeco se puso de pie, mirando hacia donde estaban ellos, con las orejas en esa dirección, pero los cazadores llevaban el aire de cara, por lo que el rebeco no les escuchó.

Se movieron buscando a la presa, pero no la encontraron mientras Carmen se desquiciaba, se puso muy nerviosa… Pasaron los minutos y parecía que el rebeco iba a saltar de la peña en unos momentos.

Alejandro cogió los prismáticos para mirarnos y aproveché para, con los brazos levantados, para que se giraran a la derecha y lo vieran. Entonces Alejandro lo buscó a su derecha y lo encontró, Ernesto apuntó…

Nos pareció que no iba tocado…

Sonó el disparo, el rebeco permanecía en el mismo sitio; un segundo disparo hizo que se bajara de la peña, nos pareció que no iba tocado o no al menos no percibimos reacción alguna, y ya, fuera de nuestra visión, sonó un tercer disparo.

La cara de Carmen era un poema, enfadada, lamentándose, preguntándose cómo es posible que su padre hubiera fallado, no se lo explicaba, el cabreo iba en aumento, se notaba que tiene mucho amor propio:

—¿Cómo ha tirado si estaba mirando a otro sitio?

—Tranquila, que nosotros estamos desde otro ángulo, no te fíes de lo que veíamos.

—¿Cómo ha podido fallar, Tomás, cómo? Si el rebeco no se había movido…

—Mira, de todos los que estamos, el que más sabe de rebecos es Alejandro y están todavía ahí arriba, no se han movido. Yo diría que están esperando, con lo cual, el rebeco tiene que estar cerca, herido o muerto.

—¡Pero si no lo hemos visto tocado!

—Claro, pero desde lo lejos que estamos no podemos apreciar bien lo que pasa.

¡El rebeco estaba herido!

Carmen asintió con la cabeza, la duda hace mella… Entonces nos avisaron con gestos, ¡el rebeco estaba herido! Rápidamente nos montamos en el coche, paramos cuando Alejandro nos hizo señas y, a voces, nos dijo que «está más adelante herido, está muy tocado», y de la misma forma nos indicó que subiéramos.

Así lo hicimos. Entre brezos, piedras y arbustos empezamos a repechar para llegar a su altura y, antes de llegar, nos dijo que fuéramos hacia una pedriza que es donde estaba amorcillado el rebeco. Carmen subió con la rapidez de un gamo y con cuatro saltos recorrió una pendiente muy dura, agarrándose a las piedras como una cabra:

—¡Ten cuidado!, que no todas las piedras tienen asiento perfecto, ¡qué te puedes caer de boca!

Afortunadamente, eso no pasó y llegamos donde estaba el rebeco, que estaba vivo aún. Llegó Ernesto y, con un certero tiro de remate, lo hizo rodar por la pedriza.

El regreso ‘tormentoso’

Alejandro lo agarró por un cuerno y yo por otro para llevarlo al camino, pero enseguida me quedé atrás. Al pie del camino lo subimos a una peña para hacer unas fotos cuando sonó un primer trueno y, al minuto, otro.

—Vamos, dejad las fotos que las haremos más abajo, que nos coge la tormenta y aquí son duras.

—Pero si está lejos…

—Mira las nubes, esa tormenta viene en esta dirección. No las tenía miedo hasta que me cogió una en la montaña, con un compañero. Es impresionante, sobrecogedor, ver los rayos caer… Te sientes un mero juguete mientras te vas calando hasta los huesos, helándote de frío y rezando para que no te parta un rayo.

de Redes rebeco
Alejandro con Ernesto y Carmen.

¡Rayos!

Los truenos se repetían con una cadencia cada vez menor y, llegando a la collada, nos cayó un rayo a escasos metros, pegando en una peña. El sonido fue ensordecedor… Carmen se tapó la cabeza con una prenda, mientras Ernesto, Alejandro y yo no dijimos ni una palabra (estábamos, sinceramente, acojonados, aunque no lo dijéramos).

Recorrimos unos kilómetros de pista cuando, más adelante, cayó otro rayo a escasos metros y el ruido del trueno fue de nuevo ensordecedor.

Al paso de la collada siguiente volvimos a notar el aliento de la tormenta, esta vez un rayo impactó en una gran peña a nuestra izquierda.

Volcamos rápidamente la collada con el coche, para empezar a descender. Entre el hayedo, nos sentíamos más seguros, un par de curvas más adelante desapareció la tormenta como por arte de magia, y tan sólo nos quedó el recuerdo y el ver los arroyos crecidos desaguando lo llovido.

Como curiosidad, Alejandro nos comentó que había hecho dos aproximaciones de máxima categoría y que como esas había muy pocas, pues se acercaron «mucho y muy bien».

A rebecos en el Parque Natural de Redes, un artículo de Tomás Cortés Sánchez

Ernesto y Carmen disfrutando del éxito final.

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