–¿Qué tal te lo has pasado? Hummm, espera que hueles a humo, hija.
–Huelo a humo, padre, huelo a humo de leña de encina quemada en la gran chimenea del cortijo, a perros de rastro, a campo, al olor de la jara y el cantueso, a caza de cochino, y al rastro del venado. He llegado a los arrastraderos de las reses, de donde las han sacado del monte para cargarlas en los carros, he olido el aroma de la batalla de un navajero con los perros, vi el tronchadero de jaras de la batalla. Huelo a eucalipto pues apartaba sus hojas, cuando he ido subiendo la sierra hasta una mariposa de monte, allá donde el viento azotaba en lo alto de una peña.
Mis ojos presenciaron las cenizas de las lumbres de los puestos bajeros del sopié, también observé el rastro que dejaron los rehaleros al esperar el cargar sus perros. Ahora conozco donde soltaron las recovas y donde recogieron a los perros, deduzco por el rastro que dejaron en el monte que al menos esta vez, no tardaron en recoger. También fueron mis ojos los que vieron que alguna de las bañas de la solana estaba tomada de esa misma mañana, de la misma forma que pude ver como la gatera del cerro estaba levantada y con barro aún húmedo de esa mañana.
¡Ahh!, decirte que mi oído me avisó que en una parte de la sierra, allá en lo más espeso de la mancha, quedaba todavía algún cochino, ya sabes, bufando y defendiéndose dentro de la espesura. De la misma forma que me dijo donde cantaba una perdiz en el corte del monte con una baña, sin duda fue por el oído el sitio donde estaba el arrendajo, y por supuesto donde había un pájaro carpintero.
Por otro lado, mis manos tocaron el rastro del barro, la calidez de la sangre, la frialdad de la baña, la rigidez de las tablillas metálicas de los puestos. Mis manos han tocado la cinta de los puestos para conocer los secretos del monte. En mi rostro sentí el azote del viento y el arañazo de alguna rama, mis piernas fueron punzadas con las púas de las aulagas al romper el monte, pasando por las intrincadas veredas, las muñecas de mis manos, fueron arañadas al apartar las jaras siguiendo un rastro de sangre.
Como ves padre, estos son cuatro de los cinco sentidos, y para terminar me podías decir que me falta el gusto, que dónde lo pongo…
Entonces te diré, que el gusto me lo ha dado todo ello, me explico mejor.
El gusto de cazar sin arma, tan solo con perro de rastro, buscando y pisteando alguna pieza que no se cobró el día anterior en la montería, GUSTO de cazar en el monte bebiendo todo este conocimiento, de puestos y posturas, GUSTO de conocer todos y cada uno los puestos de la montería, GUSTO de saber quién era aquel ‘desalmado’ del puesto uno del barranco, que dijo que tiró una zorra, y lo que me encontré tapado en el monte fue un vareto, GUSTO de saber que todavía hay cochinos en la morra, y venados en la dehesa, GUSTO de llegar al cortijo, aterida de frio y calentarme en la lumbre, para que después de una frugal comida…
…Salir otra vez al monte, continuando con una caminata que me llevó a la traviesa central.
GUSTO, padre, pues fue tan intensa la tarde, que casi me sorprende la noche antes de llegar al cortijo.
Tengo GUSTO Y MUCHO GUSTO de CAZAR SIN MATAR, de rastrear después de la montería.
Y ESE GUSTO ME DA LA FELICIDAD.
Que huelo a humo, y a jara, a romero, a campo, huelo…
…huelo A FELICIDAD.
Hueles a humo es un artículo de Tomás Cortés Sánchez
Dedicado a ‘mi sobrina’ Carmen, que me ayudó a pistear en el monte después de la montería.
«Nunca olvidamos lo que aprendemos con placer». Alfred Mercier