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El sueño de una noche de verano (actos III y IV); por Tomás Cortés

El sueño de cochinos
El sueño de una noche de verano (actos III y IV).
Fotografía: Adolfo Sanz Rueda

ACTO III: LA SEGUNDA ENTREVISTA AL COCHINO

Animados por tan buenas sensaciones dejadas por la anterior espera, y puesto que conocíamos las querencias o preferencias de las reses y de los cochinos, decidimos tener una segunda ‘entrevista’ con ellos donde el principal entrevistado sería el cochino grande.

Para ello nos citamos sobre las nueve de la noche en un camino cercano al cazadero.

Allí intercambiamos saludos y trazamos plan a seguir, cediendo al hijo de José el lugar preferente, para ello José se marcharía con él de morralero, mientras que yo me situaría en un paso más arriba por si le daba por salir a la siembra desde otro punto más alejado.

Haciendo poco ruido nos situamos en las posturas viendo como la tarde se iba apagando y la noche iba creciendo.

Empezaba la hora para tener el sueño de una noche de verano

Entraron aún de día los zorros y las ciervas, también algún venado goloso llegaba a los restos de la mies.

Uno de los venados era serio, muy serio, de los que si no se tuercen, sería un gran venado en berrea, pero tendría que aguantar.

Este venado no es de los que se queda quieto en una zona en el momento que llegue la berrea, pensaba yo. Este padrea un poco y sale rápido en busca de otra zona con más hembras.

Recuerdo cómo se giraron las ciervas y doblando el cuello se quedaron fijas con las orejas apuntando a la caja del arroyo.

Los ‘entrevistados’ fueron puntuales

¡Allí estaban ‘nuestros entrevistados’ puntuales a la cita!

Salieron ‘los candidatos a la entrevista’, el mejor iba camuflado entre otros dos.

Aún se veía, aunque cada vez menos, si bien es cierto que el factor de tener un buen visor con una buena campana favorecía el hecho de la transmisión de luz, claro está que ese hecho puede ser el que te haga centrar el tiro bien o mal, en la caja del cochino.

… Fue entonces cuando ‘le hizo la foto’

Nuestro amigo se encaró el rifle asentándolo en la horquilla, buscando la caja torácica del ‘entrevistado’, aunque estaba de frente, mientras yo seguía desde mi postura los acontecimientos, puesto que los otros cochinos estaban constantemente en movimiento con lo que se acercaban a mí, alejándose por lo tanto de ellos.

Hubo un momento en el que el ‘entrevistado’ se puso de perfil para la foto, fue entonces cuando se ‘le hizo la foto’.

Al tiro salieron todos corriendo buscando la ribera para taparse con la vegetación tan densa y perderse, mientras el ‘entrevistado’ se revolcó para salir trastabillado hacia el perdedero.

Los tres coincidimos que el cochino estaba muy, pero que muy pegado

De esa forma se escapó. Cuando nos juntamos los tres coincidimos que el cochino estaba muy, pero que muy pegado, pensamos que lo mejor era dejarlo para el día siguiente, dejar que se enfriase el cuerpo.

José apuntó el ir tan solo a mirar si encontrábamos sangre, pero por el ruido, y por el comportamiento después del tiro lo descartamos, teníamos claro que el cochino se encontraba a escasos metros del tiro.

Antes de despedirnos acordamos en que al día siguiente me acercaría con mi perro teckel Truco para buscar la sangre y dar con el cochino, que iba a ser fácil.

Ciertamente que eso era lo que creíamos, además me llevaría la perra para correr por la ribera, así pues, nos fuimos a casa cuando el reloj ya marcaba la una y media de la madrugada.

La aparición de las hadas del bosque.

ACTO IV: DE LA APARICIÓN DE LAS HADAS DEL BOSQUE

Por la mañana tenía que solventar unas cuantas gestiones a primera hora, con lo que a las seis y media me encontraba con mi taza de café en la mano, con el perro inquieto saludándome moviendo el rabo incansablemente.

¿Cómo sabrá el perro que hoy tiene rastreo?

Ya, que puse la correa especial cerca de la entrada y la vio.

Empecé la mañana poco a poco solventando las gestiones, para ya sobre eso de las nueve y media me acerqué a la casa con el objeto de recoger los perros, esta vez me llevaría los tres perros pues podrían bañarse en el cauce del arroyo.

Ni una gota de sangre, trabajo para los teckels

Me dirigí al sitio del tiro y bajé los perros, les di la orden de quietos, mientras examinaba cuidadosamente el lugar del impacto, pero no encontraba sangre. ¡NADA DE NADA! Eso no era posible, si yo mismo vi la reacción en el momento, pero nada, sí se veía el sitio donde se había revolcado, pero no había una gota de sangre, conseguí luego ver en el suelo una carrera deslavazada, no recta, como a trompicones, sin duda alguna el cochino no corría bien acusaba el tiro.

Truco y Trufa y su hija de capa café con leche

Decidí que pasasen los perros a la acción. Los tres son teckel, Truco es el macho de pelo duro y de tamaño estándar, por aquel entonces de tres para cuatro años, al igual que la hembra que se llama Trufa. Por último, tengo una perra hija de ambos de capa chocolate que estaba aprendiendo, para ello la sacaba a los rastros fáciles.

Truco es potente de nariz, obediente, fijo en el rastro y valiente para el acoso, quizás en demasía pues el miedo los suele dejar aparte, es incluso un poco temerario.

Trufa tiene menos nariz, aunque es muy tenaz, por otro lado tiene más voz al ser más miedosa. Sin duda la que avisa de parado siempre es ella, pues Truco no pierde mucho tiempo en ladrar, el muerde y si puede al cuello, lo que no es buena señal de vida larga tratándose de cochinos y teckel.

Otro par de errores

Enseguida cogieron el rastro metiéndose en el cauce, pero las carreras las perdíamos pues aquello estaba muy pateado, y cubierto con una tremenda barrera de zarzas. Los perros avanzaron, pero perdieron la posición, de lo cual me percaté, decidí erróneamente dejarlos un poco libres para ver si cobraban, o mejor dicho si recobraban por el aire las emanaciones del cochino que no debería estar lejos.

Entonces cometí el segundo error de novato en rastreo de perros, la cachorra de capa chocolate, tenía mucha afición, pero no sabía a qué iba y al quedar suelta levantó un pato de un charco del arroyo con lo se puso a jipar, llevándose a los otros dos perros detrás de ella.

¡Bravo, Tomás!, menos mal que no te ve nadie, pues si hubiese un libro sobre lo que no debes hacer en el rastreo en mi caso había o iba cumpliendo todas las cosas que no se deberían hacer, a saber, contaminar el rastro, dejar al perro suelto, hacer ruido, llamarlos silbando a la vez y no haber señalizado la entrada a la ribera, ni la última pista.

El sol avanzaba, a los perros no les quedaba mucho tiempo de trabajo

Recuerdo que el sol avanzaba dando muestras de impiedad, era uno de esos días que marcan temperaturas máximas era junio y estábamos inmersos en una ola de calor. A los perros no les quedaba mucho tiempo de trabajo, pues el calor los agota ya que el rastreo los obliga a un trabajo fuerte, a una alta concentración.

Pasaron unos minutos mientras retorné al punto de impacto, poco a poco fueron viniendo los perros, entonces busqué las posibles huidas, llamando a Truco para que viniera por delante de mí sin que se despistase, hubo un momento donde marcó que el cochino había pasado, pero yo tenía dudas pues no veía rastro de sangre, sí vi ramas rotas o tronchadas, algún arañazo en la tierra, pero nada más, mientras el perro marchaba con confianza. Me puse pues a animarle, mientras me asomaba al cauce donde los juncos y la vegetación tenían más de dos metros de altura, ¡eso sí que era el refugio ideal para el cochino!

Como esté ahí metido no lo encuentro, me dije.

Un inmenso zarzal El sueño de

Caminamos unas decenas más de metros para toparnos con un gran zarzal de varios metros de espesor y unos doce de largura.

Si se ha metido ahí dentro me va a costar una barbaridad sacarlo, pensaba.

Truco siguió por el rastro dentro del zarzal, mientras yo rodeaba la entrada, para ir por un lateral, entonces descubrí una vereda que se internaba dentro y por la cual se podía pasar no sin ir agachado. Trufa que también venía con el rastro, salió de repente disparada, lo que hizo que me preparase ante un posible desenlace.

Desde luego, si sale algo las voy a pasar canutas, pues no tengo movimiento para poder apuntar, me dije.

A la vuelta del zarzal estaba el cochino muerto, grande de tamaño, de navajas largas y amoladeras a la par

Mientras, Truco salió de dentro de la zarza disparado hacia donde yo me encontraba, al mismo tiempo que Trufa empezaba a ladrar.

A la vuelta del zarzal estaba el cochino muerto, grande de tamaño y gordo como un autobús, de navajas largas y amoladeras a la par, con su pelaje de verano, en lo profundo del zarzal.

El sueño de cochinos

¡Por fin! Esto sí que son las hadas, estaba a punto de abandonar el rastreo el calor era asfixiante, tanto los perros como yo estábamos agotados, la cachorra era la que estaba más entera.

La distancia desde el tiro hasta el lugar en el cual se encontraba el cochino, no serían más de ochenta y cinco metros, no llegaba a los cien, pero los dos quiebros en la trayectoria inicial, me desorientaron completamente, esto unido a que no se veía el suelo de la cantidad de pasto que había, a la ausencia de sangre, la huida de los perros tras el pato, el calor tan sofocante… provocaron que el  rastreo resultara duro, muy duro, tan solo el empeño en saber que estaba pegado, pues yo mismo lo había visto la noche anterior, hizo que no me rindiera, mereció la pena.

¿Cuántos cochinos no se quedarán muertos en el monte? Precisamente el que tiré días atrás…

El sueño de cochinos
Así quedó la familia de teckels tras un rastreo al límite.

 

 

Continuará… el sueño de una noche de verano

El sueño de cochinos
Fotografía: Adolfo Sanz Rueda

El sueño de una noche de verano (actos III y IV); texto y fotografías (excepto las que se indican) de Tomás Cortés Sánchez

 

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