
ACTO V: EL DESENLACE
Había pasado una semana y tan solo quedaba mi amigo José por tirar, por cierto, que el de su hijo era un gran cochino, tal vez no llegase a trofeo, pero tampoco se quedaba muy lejos, ya nos dirían.
Por mi parte, el guarro que tiré no lo encontré pues al estar el pasto tan alto unido a lo que me moví esa noche buscándole, imposibilitó el cobro, al día siguiente no pude ir a buscarle debido a compromisos, y ya con más de cuatro días…
… Lo di por perdido, aun así, estaba contento porque habíamos tirado el hijo de José y yo.
Motivo por el cual decidí echarle una mano esta vez yo a él.
No tenía nada que perder
El caso es que la mañana de ese día para con mis quehaceres, se desarrolló de manera muy eficiente lo que provocó que tuviese pronto tiempo libre por delante, lo que unido a que me había quedado con la duda del cochino que tiré días atrás, me hizo decidir darme una vuelta por las posibles querencias del cochino.
¡Total, ya lo tenía perdido! Solo podía ganar algo, cuando menos un paseo con Truco y Trufa.
Recogí a los perros y busqué por los posibles pasos de la malla ganadera, vamos, que iba fijándome en las gateras, para ver si obtenía algún indicio de los días anteriores.
Un calor abrasador
El día estaba pegando, hacía un calor abrasador, con ausencia de viento, de esos días fieros ya de verano, entonces recordé que en la otra cerca había una charca grande que podía servir a cualquier guarro de refugio con tanto calor, mientras esto pensaba, los perros se cargaron de aire, saliendo como cohetes hacía la charca, al suceder esto, decidí saltar la malla que dividía ambas cercas con cuidado pues tenía la intención de no hacerle un siete al pantalón.
Entonces de forma súbita todo cambió, Trufa empezó con su ladrido característico, seguida por truco ambos de forma insistente.
Truco no falla, algo tiene delante, me dije.
A la carrera, a trompicones
Inicié una carrera, pues me imaginé que podía ser el jabalí. Sin embargo, el correr con tanto pasto alto y con las piedras provocaba que diera constantemente diversos tropezones que ralentizaban mi carrera, para cuando llegué a la charca en cuestión los perros se alejaban por el otro lado con sus jipíos tras la presa.
Más carrera, más rápido, otro tropiezo, al momento me tragué una rama baja de una encina que me hizo un arañazo en la cabeza y todo por mirar donde pisaba, lo que provocó que a partir de entonces empezase a mirar al suelo, a la carrera de los perros, y a las encinas… y encima con un calor de injusticia más que de justicia.
La carrera después de más de un kilómetro me llevó hacia la linde del coto donde estaba la pared de piedra y una malla de dos metros de altura.
Busqué los perros con la vista, pero no los veía al estar tapados con el alto pasto, aunque los oía perfectamente.
Entonces me di cuenta de que el cochino había cruzado la pared de piedra por una gatera.
Decidí rápidamente acortar la carrera para poder tener opción de tiro. Sin duda el cochino estaba pegado.
Arañazos, pinchazos… pero «todo era poco para conseguir el cochino, ¡mi cochino!»
Debo decir que por supuesto que tenía permiso del dueño del coto de al lado para entrar tras un cochino herido. El paso de la linde se me hizo difícil, muy difícil, pues conseguí con las prisas hacer un siete a los pantalones y un arañazo en las piernas, pinchándome las manos con el alambre de espino, todo era poco para conseguir el cochino, ¡mi cochino!
La mala suerte inicial cambió
Toda la mala suerte que tuve hasta aquí se transformó, pues el cochino se paró en un arroyo supongo que harto de ser perseguido por dos teckels.
Ese tiempo fue lo que necesitaba, pude entonces coger aire, rehacerme y emprender de nuevo la carrera, hasta conseguir verle un poco el lomo, apunté y disparé, pero el cochino no cayó, rehizo la carrera, subiendo en dirección a la sierra, al escape.
Mientras Truco y Trufa consiguieron volver a pararlo unos metros más adelante con lo que conseguí acercarme hasta distancia de tiro.
Esta vez no me precipité, tomé aire, busqué en el visor el punto de impacto que fuera fulminante, disparando.
¡Al fin!
Al tiro el cochino cayó seco, al fin.
¡Al fin lo logré!, cobré y rematé el guarro, ¡qué duros son! Llevaba tres impactos en el cuerpo y a punto estuvo de escaparse, además que no me gusta quedarme animales heridos en el campo.
Era un cochino de unos sesenta y cinco a setenta kilos, ya hecho de formas redondeadas que me mostraban que había tenido buen año que, si bien no tenía grandes defensas, era el mío.
No podía sentirme más satisfecho
El trabajo de los perros fue de diez. No podía sentirme más satisfecho.
Recuerdo que el vaquero de la finca, que se llama Fabián, me llamó enseguida por teléfono ya que sintió los tiros, sin duda que dos tiros a eso de la una haciendo más de treinta y cinco grados, era cuando menos raro.
Le conté dónde estaba y lo sucedido que si podía hacer el favor de recogerme pues me encontraba totalmente fundido por el calor y la carrera.
El paso de la maya de dos metros fue tremendo mientras Fabián se reía al ver que apenas podía pasarla y que, una vez cruzada la linde, me había dejado a Truco detrás, con lo que debería volver a saltarla hacia atrás.
Truco también estaba fundido debajo de una sombra esperando a que le cruzase la malla, pero no iba a hacer tampoco ningún esfuerzo.
Todo ello, llevó a que Fabián se apiadase de mí y saltase el a por Truco.
Doy mi palabra cuando digo que apenas pude llegar a la pick-up de Fabián para que me/nos llevase a mi coche, y con el aire acondicionado pude rehacerme un poco.
No sé cómo me libré de un golpe de calor
Sin duda el correr por una dehesa con más de treinta y cinco grados durante cerca de dos kilómetros, con alto pasto que llega hasta las rodillas, dando tropezones, con un arañazo en la cabeza y otro en la pierna, con las manos pinchadas, sin apenas aire debido a la carrera, todo ello favorece el que te pueda dar un golpe de calor.
El turno de José
Bueno, pues dando por finalizado el cobro del cochino en la misma semana llevábamos dos de tres, ya solo faltaba mi amigo José por puntuar.
Esa misma noche nos pusimos los dos juntos mientras anochecía comentábamos lo duros que son los cochinos, como se pueden ir tan lejos con un daño interno tan tremendo, mientras en la siembra salían puntuales a su cita los zorros, ya era una de esas noches de luna llena de verano, donde te dejas imbuir por el descenso de la temperatura y la magia de la noche y la luna llena.
Dudas
Salieron los venados comportándose como siempre y a continuación salieron los cochinos, pero esta vez en un punto que estaba más alejados de nuestra posición, ahora teníamos muchas dudas de cómo obrar.
Por un lado, teníamos las reses que ejercían de parapeto pues si te acercabas seguro que se espantaban llevándose a los cochinos.
Recalcar que eran cuatro cochinos, tres más pequeños y uno más grande que tenía tamaño, no era una cochina con su prole, uno de ellos metía bulto.
La noche se empezó a iluminar con la luna
Pasaba el tiempo y por supuesto la luz se fue, la noche se empezó a iluminar con la luna, entonces las reses pegaron una caballada moviéndose intranquilos provocando que se desplazase todo lo demás que había en la siembra, es decir, se movieron los cochinos hacia lo profundo del arroyo, los zorros desparecieron, mientras que las ciervas se quedaron expectantes para ver qué era lo que provocó la espantada.
Eran otros dos venados que entraron en la siembra, eran jóvenes, estos entraron con pocas precauciones, y nos fastidiaron la espera.
–¿Qué hacemos?
–Pues aguantar más tiempo, no hemos hecho ruido y el aire viene bien, los cochinos volverán a salir, tan solo que no sé el tiempo que tardarán en hacerlo.
Una aproximación a la antigua
Poco a poco la siembra fue recobrando el aspecto que tenía antes, pero esta vez los cochinos salieron bastante más alejados, ya era tarde, entonces decidimos ir a por ellos, tan solo con linterna y rifle, como los antiguos.
Poco a poco íbamos ganado metros para pararnos cuando los cochinos se quedaban quietos y avanzar cuando se ponían a comer, íbamos ganando diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta metros…
–Ahora tenemos distancia de tiro, susurró José.
–Venga, unos metros más hasta la encina, que nos tapará y tendrás apoyo.
–Qué no, que nos van a sacar.
–Nada, que no se enteran, hazme caso que yo sí he hecho aproximaciones por la noche.
José se preparó, asegurándose del tiro
Efectivamente, llegamos a la encina, mientras José buscaba un buen apoyo, el jabalí grande traspuso con lo que nos quedamos esperándole, nada, que no salía, por lo que José decidió tirar a uno de los terciados ante la imposibilidad de volver en un tiempo, a lo que tengo que añadir que el ganadero nos avisó que iba a hacer uso de la siembra con lo que ya no tendríamos más opción de tiro allí.
Por tanto, se preparó, asegurándose del tiro, pausadamente quitó el seguro y presionó el gatillo.
Al tiro el cochino se desplomó sin decir ni pio, y es que el tiro lo tenía en la oreja, el abrazo que nos dimos resumía la alegría por la aproximación.
No era un gran cochino pero que pocos pueden hablar hacer una aproximación a un cochino con rifle y linterna en una noche de luna llena.
Es el sueño de una noche de verano
Cazar tres amigos tres cochinos machos en la luna de junio cada uno con una historia distinta, con cobros difíciles, con momentos de mala y de buena suerte, después de ver un montón de caza, de ver grandes venados, para acabar rondando de la forma que lo hacían los antiguos monteros…
Desconozco si significa lo mismo para vosotros, pero para mí eso es ES EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO.
El sueño de una noche de verano (acto V); texto y fotografías de Tomás Cortés Sánchez
«Si actúas como piensas, acabarás pensado como actúas», Blaise Pascal
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