Segovia, 10 de julio de 2024, 7:15 de la mañana.
Resulta extraño encontrarse el campo mudo al amanecer. Sin movimiento de aves, sin sus cantos al despertar el día, sin ver ni oír un solo capreolus y ya no hablo de toparse con un jabalí pegando los últimos trompazos de la noche por las cunetas que tanto les gustan que, eso suele ser tan complicado como sencillo a la vez.
Ese silencio mortecino era mensajero de que algo se cocía esa mañana en el monte.
Pero, ¿qué estaba pasando?
Fueron sólo unos segundos, pero, dado de quién se trataba, era mucho tiempo
Vi su figura deslizarse por entre unas hierbas altas que llegan desde el monte al camino mismo y creí ver lo que andaba buscando: corzos. Averiguar antes de perderlo de vista si era macho o hembra me llevó a mejorarme ocho o diez metros en una carrerita tan corta como silenciosa, pero no alcancé a verlo. Tan solo un trasluzón por entre una isla de robles. No quería moverme más para no hacer ruido y evitar espantarlo con lo que decidí plantar el trípode y continuar la búsqueda a través del visor.
¡Y vaya, hubo fortuna porque por ahí le vi venir, camino adelante, a mi encuentro, y él sin saberlo! El relieve del terreno jugó esta vez a mi favor. No era ningún kamikaze, por eso, cuando recorrió unos escasos cincuenta o sesenta metros, se detuvo ante mi inmóvil figura, dándome tiempo a pensar que no debía apretar el gatillo. Fueron sólo unos segundos, pero, dado de quién se trataba, era mucho tiempo.
Me encontré demasiado tranquilo para lo que estaba viviendo
Quizá fuese el pulso quien delatara a mi conciencia porque me encontré demasiado tranquilo para lo que estaba viviendo. Tener al lobo metido en la retícula, parado, fijo en mí, con esa mirada penetrante, que traspasa… Apenas unos segundos, como decía, y mientras ocurría, sostenía la mía a través de la cruz del visor colocada en el arranque del cuello. Un suspiro, tan intenso como su pelaje oscuro, renegro. Tan breve como emocionante. Esta vez fui yo quien le vio a él primero, lo que me permitió colocar el trípode, meterlo en la retícula y verle cómo pegaba media vuelta, esfumándose sobre sus pasos.
Unos segundos, suficientes para que él siguiera su camino y yo quedara con el runrún de la duda, dándole vueltas, pensando que, como en el juego de las siete y media, o me pasaba o no llegaba. Y había decidido esto último, no llegar.
«La mejor almohada es tener la conciencia tranquila»
No soy Santa Teresa de Jesús ni de Calcuta, tampoco. De ahí mis dudas, porque una mitad de mi cerebro continúa diciéndole a la otra media: ¡qué gilipuertas eres! Pero, aun siendo inevitables (las dudas), sé qué mitad tiene razón y eso me permite dormir a pierna suelta. Dice un refrán alemán que «la mejor almohada es tener la conciencia tranquila». No es necesario añadir nada más. O quizá sí.
Como ven, mi decisión continúa sin encontrar acomodo en el saco roto de mi cabeza.
Aquí, o sobran lobos o faltan corzos, jabalíes, etc., porque el campo se está desequilibrando
Algún día, espero, volverá el sentido común y lograremos, entre todos, cambiar tanto sinsentido. Algún día, digo. Si no, lo pagaremos, ya lo verán o, mejor dicho, lo estamos viendo. Aquí, o sobran lobos o faltan corzos, jabalíes, etc., porque el campo se está desequilibrando inequívocamente en favor del cánido y eso requiere tomar medidas.